|
«Os contaré un cuento», dijo la vieja Nyo Boto, una mandinga de Gambia. «Hace años y años, en una región perdida en la línea del horizonte, vivía un niño de unas tres lluvias. Mientras caminaba por la orilla de un río se dio cuenta que un cocodrilo había quedado preso en una trampa. El reptil le pidió ayuda. El muchacho sospechó que el cocodrilo lo comería justo después de que la liberara. El reptil le juró y perjuró que nada le pasaría. Pero una vez el chiquillo lo rescató, quedó atrapado entre los colmillos del cocodrilo. El chaval, desconcertado, le dijo: «Así es como me pagas mi buena voluntad? He confiado en tí. ¿Por qué actúas con alevosía y malas artes? »Por uno de los dos lados de la boca, ya que lo tenía encerrado dentro de la dentadura, el cocodrilo le soltó:« naturalmente el mundo animal funciona de esta forma ». El muchacho no salía de su asombro. El reptil decidió comerselo más tarde ya que aceptó oir la opinión al respecto de los tres primeros animales que pasaran por el lugar.
Un burro herido fue el primero en dar su punto de vista: «soy viejo, no puedo acarrear cargas, tanto es así, que mi dueño me ha echado, los leopardos no tardarán en devorarme.» « ¿Te das cuenta de qué va la cosa, muchacho? », le acometió el reptil por el otro lado de la boca. El siguiente en pasar por el paraje fue un caballo con la pierna arrastrando, que le vino a decir más o menos lo mismo. El tercero fue un conejo gordito, el cual se negó dar su opinion sin conocer antes el episodio con pelos y señales. El cocodrilo se ofendió. Y empezó a refunfuñar desenfrenado. El descuido fue fatal para el reptil: cometió la imprudencia de abrir la boca para responder al conejo. El chiquillo lo aprovechó para dar un salto y huir a toda pastilla. Una vez fuera, el conejo le preguntó al muchacho si le gustaba, tanto a sus padres como él mismo, la carne de cocodrilo. «Aquí tienes un reptil listo para ir directo a la olla», le sugirió el conejo. El muchacho dio el aviso al pueblo. Y un grupo de cazadores persiguieron al cocodrilo. En paralelo, el chico agradeció el gesto del conejo. Y constató que en el mundo tanto hay farsantes como buena gente. En este sentido, para la escritora Lolita Bosch el acto más revolucionario es confiar en el otro.
La mandinga es una etnia que ha conservado las costumbres. En muchas aldeas, cuando oscurece, los vecinos se sientan alrededor de un fuego. Entonan canciones y cuentan cuentos. Es un rato placentero marcado por una curiosidad sana y didáctica. Más tarde, cuando van hacia el dormitorio, las copiosas familias mandinguas suelen decirse: «Han Kilina Kilina kuni». Significa: «deseamos despertarnos de uno en uno». Y es que si todo el mundo se desvela en el mismo instante es que seguramente algo no querido ha sucedido.
A propósito de los cuentos, el antropólogo Pep Bernades señala que en África negra, los cuentos y las canciones tienen un rol muy importante en la educación del niño y en la preparación para su vida adulta: «hablan de historias , de leyendas, de criterios, de valores, de enseñanzas y, en general, de todos aquellos elementos que configuran la identidad del individuo; lo que le da una visión concreta de sí mismo y del mundo que le rodea, y le modela un estilo de vida similar al de todos los demás miembros de su sociedad. »
Quim G.