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Los morteros africanos son enormes. El mortero es el recipiente en el que se pica o se remueve el producto (cereales; garbanzos; berenjena; semillas, especias; maíz; frutos secos ...). La mano de mortero, también dicha pilón o machaqueo, es una maza que en Gambia puede superar el metro de altura. A veces se usa con las dos manos. Es la herramienta que se utiliza para moler y / o mezclar.
La mitología africana cita el caso de un grupo de madres que ultimaban una picada de cacahuetes con unas manos de mortero de lo más alto. Tenían tanta altura las mazas que cada vez que las levantaban, con el extremo superior, golpeaban la superficie del cielo involuntariamente. Y, por tanto, el cielo iba quedando dañado a raíz de las grietas que inevitablemente aparecían. Nos tenemos que situar en el comienzo del inicio del principio: en aquel tiempo el cielo estaba tan cerca que sólo estirando el brazo era posible tocarlo. Tanta cercanía protegía la fauna y la flora de los rayos solares, de los aguaceros, los vientos polares y otras inclemencias.
El cielo se disgustó debido a las grietas: parecía un colador! Y lo manifestó al grupo de mujeres, que no se dieron cuenta del malestar celestial dado que cantaban al unísono mientras iban aplastando grano. Indignado por los batacazos y los chichones, el cielo se impulsó él mismo hacia arriba y se alejó todo lo que pudo de la Tierra. Más o menos, a la distancia de hoy en día. A partir de entonces, los seres vivos quedamos a merced de las olas de calor; los relámpagos; del bochorno; de las granizadas; de la niebla; de los vendavales ... Los morados que aquellas señoras trabajadoras dejaron en el cielo, ahora se llaman estrellas. Y por los socavones que abrieron, las nubes hacen pasar el agua para que las lluvias rieguen el planeta. El mito nos recuerda que el agua es un bien necesario. Tanto es así que la estación lluviosa, en África del oeste, es esperada con ansia.
Julio y agosto, la época de las lluvias, son el único periodo del año que los gambianos pueden dedicarse a los arrozales. Se trata de una tarea que lleva mucho trabajo y que hay que hacerla con celeridad. Los muchachos son requeridos por la familia: los necesitan para el cultivo del arroz. La institución escolar es empática: ultima los últimos exámenes a principios de julio, a pesar de que este año el curso escolar se terminó la tercera semana de julio. Y programa tres días de libre disposición, en estas fechas, para la comunidad educativa. Las plantaciones de arroz son una fuente de ingresos y un recurso alimentario fundamental de la cocina centroafricana. Salvando las distancias, una vecina de Fraga me dice que, en los años 60, cuando llegaba el tiempo de recolectar las olivas, hacia el invierno, las escuelas del Bajo Cinca también quedaban vacías. Y todo el mundo lo veía de lo más pertinente.
El revuelo que generan ambos meses de chubascos explican que parir hijos en Gambia sea capital de cara garantizar el futuro de la familia. Justo antes de la tormenta, casi diaria, aparece una polvareda insolente, que te obliga a cerrar, a toda prisa, las ventanas. De lo contrario, el polvillo y todo lo que levanta penetra, de malas maneras, por las mosquiteras de cualquier puerta y ventana. Enseguida, se forma una hilera de cabras; burros; caballos; carros; bicicletas; motos ... que, por piernas, vuelven del campo, donde muchas familias ha pasado parte del día arando. Y es que con la llegada del viento furioso, las nubes grises suelen ser impecables y ruidosas descargando. La precipitación no dura demasiado. Pero lo deja todo empapado: el olor de tierra húmeda se agradece. Así como el susurro de los pájaros de colores que de repente se hacen notar desde un árbol.
«Bomp-a-Bomp-a-Bomp». De lejos también se hacen notar los débiles y rítmicos compases de los morteros de madera desmenuzando cereal para hacer cuscús.
Quim G.