De Banjul, capital de Gambia, a Basse, principal ciudad de la Gambia Oriental, hay un autocar de línea directa a primera hora. Suele tardar cuatro horas y pico. Pero el chófer se detiene una, dos y tres veces. En el transcurso del trayecto unas vallas dejan la carretera parcialmente cortada. Hay controles por parte de la policía gambiana. Y los militares se dejan ver en los arcenes, como si el gobierno de Banjul estuviera temiendo lo peor. No hace ni dos años Gambia estaba en manos de un régimen dictatorial. Aun así, Yahya Jammeh, el dictador, fue uno de los candidatos a las elecciones democráticas de 2017. Pero las perdió. Aunque al día siguiente de los comicios aceptó el resultado, Jammeh comenzó poco después una campaña de juego sucio, apelando a un fraude electoral, para desprestigiar el ganador: Adama Barrow. Y, en consecuencia, se negaba a ceder el poder a Barrow. La intervención de la ECOWAS (Comunidad Económica de África Occidental), que agrupa una quincena de estados subsaharianos, fue providencial a fin de conseguir nombrar Barrow presidente.
Mai A. Fatty, asesor del nuevo gobierno democrático, aseguraba que el dictador había abandonado Gambia, en destino Guinea Ecuatorial, con 10.600 millones de euros, extraídos del Banco Central gambiano, y un número indeterminado de vehículos de lujo en un avión de carga chadiano. La Vanguardia, por medio de las agencias de noticias, publicaba el 23-1-18 que el robo había dejado las arcas estatales vacías y una situación económica delicada. Las fuerzas militares de la ECOWAS, que cuenta con el apoyo de la Unión Africana y la ONU, continúa a estas alturas desplegado en Gambia. Marcel A. De Souza, portavoz de la coalición africana, dice que la presencia militar continuará el tiempo que sea conveniente.
En Basse no hay militares rondando. Tampoco hay estación de autocares. En un tramo de una céntrica calle es donde te deja el autocar de línea. Allí mismo hay un señor que hace pena: lleva la ropa parcialmente desgarrada, va mugriento y murmura algo. De repente te das cuenta que es un ciego que seguramente vive de las limosnas. Esto explica que quiera a toda costa descargar las maletas.
A partir de Basse el transporte público queda restringido a guele-gueles, una especie de minibuses, en formato furgoneta adaptada, que a menudo te dejan tirado. Tanto es así, que empujarlos para que arranquen no suele ser nada extraño. Suelen salir cuando ya no cabe nadie más. Una vez embutido en el vehículo, casi quedas paralizado: la estrechez es total y absoluta. Inexplicablemente los guele-gueles funcionan si, de golpe, no hay ningún contratiempo.
El guele-guele que va a Baja Kunda está lleno como un huevo. La baca cargada con todo tipo de bultos: parece que tenga que reventar en cualquier momento. Pocos minutos después de dejar Basse, una de las ruedas delanteras pincha. Con la ayuda de improvisados ​​voluntarios, el chofer termina con agilidad el cambio de rueda. El minibus africano enfila por caminos de tierra roja y inmensas llanuras con baobabs y árboles poco habituales en el continente europeo que te obligan a observarlos. Con las lluvias torrenciales de las últimas horas, el barro se ha adueñado de unas pistas forestales desfiguradas y rellenas de charcos. A la hora de meterse en los barrizales, el joven, que hace de conductor, denota poca destreza. Y embarrancan una y otra vez. Un tractor del vecindario debe rescatar mientras se ha ido haciendo de noche. Avanzamos unos kilómetros y otro charco impide que la rueda vaya ni adelante ni atrás. El chofer tampoco ha sabido esquivarlo. La rueda desliza: hemos quedado hundidos por enésima vez (y ahora, sin tractor!) Chino-chano llegamos al destino tarde y cansados: por suerte casi ya habiamos llegado. Si no quieres polvo no vayas a la era. He aquí una vez África ...