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Ir a África tropical pone a prueba la generosidad; la empatía; la paciencia; la elegancia; la flexibilidad; la creatividad de los cooperantes de Alpicat Solidari. Y, por supuesto, el sentido del humor. También es aplicable a cualquier otra ONG en terreno. Una mañana en la escuela pública de Baja Kunda, Gambia adentro, utilizamos pintura plástica, aprovechando que las gotas que caen de más suelen disolverse de un aclarado bien hecho. El guirigay entre los niños de primaria, a consecuencia de la elevada ratio de alumnos por clase, fue inevitable. Y a causa de un tropiezo (o vete a saber!) La bolsa de tela que contenía las pinturas se manchó bien manchada. Me di cuenta cuando el ruido infantil disminuyó, un vez terminada la sesión de dibujo. Aprovechando que en medio del colegio había una fuente, empecé a sacar la pintura a chorro de agua. Pero de repente una niña de quizás 7 años me tomó de las manos la bolsa con lla mancha. Y con una expresión de cara, que venía a decir: «qué torpeza que tienes», la dejó limpia y pulida en un abrir y cerrar de ojos. Me hizo sentir un calzonazos! Fue un ejemplo sensacional de lenguaje no-verbal
Horas más tarde, en Baja Kunda, en plena calle, una niña me vendió unas bolsitas de cacahuetes tostados que llevaba en la cabeza dentro de una cazoleta. Mientras las compraba aparecieron otras niñas de su edad, seguramente 6 de años, que también ofrecían cacahuetes. África es el continente de los chiquillos: es omnipresente. Y Europa, el continente de los jubilados. No es extraño observar a los pequeñajos que hacen de pastor o bien ayudan a labrar el campo. Hay quienes conducen carros tirados por burros, que acarrean tanto personas como mercancías. Otros, son los copilotos de los guele-guele: se dedican a cobrar el importe de este servicio colectivo de transporte. Y avisan, a base de gritos, de las paradas en ruta. En rigor, Tino Soriano, fotógrafo de National Geographic, dice que le impresiona ver la autonomía que tienen los chiquillos del Tercer Mundo: «allí un niño de cinco años puede dar lecciones de vida y madurez a cualquiera de nuestros hijos que le doble la edad. Muchos niños tienen que vivir en condiciones muy duras y asumir responsabilidades de adultos para colaborar con la supervivencia de la familia ».
La pobreza y, por tanto, vulnerabilidad que transmite los niños de la Gambia actual no dista tanto de la Europa de mediados del XX. Muchas familias griegas, italianas, españolas, portuguesas ... también se vieron obligados a buscar una mejor vida. Así me lo confirman descendientes de familias andaluzas, que tuvieron que huir de la miseria. Esto explica que para Gustavo Nerin, antropólogo, sea una regresión a la infancia vivir con una familia africana: «hay miles de cosas que uno no ha aprendido a hacer nunca y que en África pueden resultar básicas: desde sacar el agua de un pozo hasta limpiar una lámpara de petróleo. »
Si la mirada del cooperante es receptiva, el Tercer Mundo es un ámbito donde ir a recibir. En este sentido, Jean-Claudio Carrière, guionista, dice que las formas de pensar y vivir de los demás «me interesan más que las mias, quizá porque creo conocer las mias y creo haberlas experimentado.» Añade que cuando ha estado con los yanomami, en la Amazonia, los cuales vivían en el paleolítico, se sentía feliz. Dado que es en un lugar donde tiene más cosas para recibir que para dar: «mi cultura, lo que les pueda enseñar de Francia o de la Revolución, para ellos no tiene ninguna importancia. Por el contrario, lo que yo puedo aprender de ellos es muy valioso ».
Voluntariados y estancias de este tipo, en el transcurso de los cuales se suele ir empolvado, son susceptibles de originar cambios personales. Señala Gregorio Luri, pedagogo, que para encontrar tu identidad debes modificar tu identidad: «algo tienes que forzar contigo para poder reconocer después esta modificación.» Seguramente, llegados a este punto, seguiremos desconociendonos pero, a partir de los cambios internos vividos, sabremos al menos como éramos antes. Y es que todos tenemos un pasado.
Quim G.