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Es un país de lozanos mangos. Pero en Baja Kunda, una población de la Gambia interior, de mangos no se ven en el mercado. De plátanos, tampoco. Y de manzanas, de vez en cuando. Con motivo de la visita a Baja Kunda y alrededores de Adama Barrow, presidente de Gambia, una campesina ofrecía, en una esquina, mangos a 20 Dalasis aprovechando la multitud. El precio oscila en función del tamaño y el grado de madurez de la fruta. Me venían tan a gusto que me quedé cuatro. Pero estaban verdísimos. Dawda, vecino activo de Baja Kunda, me los hizo poner en una bolsa de plástico, que a su vez dejamos dentro de una caja, que a su vez fue colocada en un armario, con el fin de acelerar la maduración. Y así fue: me los zampé a los pocos días. Tenían un punto meloso que cantaban los ángeles.
Aparte de dar buenos consejos, Dawda es como una especie de casero de una casita junto al Mayor Health Center de Baja Kunda. Se trata de un hospital comarcal que goza del apoyo de la ONG Alpicat Solidari y otras organizaciones en bien de la cooperación internacional. De una sala lejana del centro hospitalario resuenan los lamentos de una parturienta que en el instante de engendrar, a media mañana, las parteras le han comunicado, por error, que la criatura había nacido muerta. Afortunadamente no ha sido así. Pero la mujer ha quedado tan alterada, que no entraba en razones. La familia la tenía que contener: se revolcaba por la cama entre gritos y llantos.
Una visita inesperada nos ha hecho olvidar, por momentos, el desconsuelo de la parturienta y el desconcierto familiar. La puerta del jardín de la casa a veces queda ajustada. La Amienata; la Mami y la Nyuma han entrado decididas. Se trata de tres hermanastras adolescentes, hijas de un mismo padre musulmán emparejado con tres esposas. Buena parte de los jóvenes gambianos se presentan en las casas por sorpresa. Y si los inquilinos son occidentales, la curiosidad es más que evidente. Existe el riesgo de que las comparecencias repentinas aumenten y la curiosidad sana se vuelva curiosa y invasiva. Además, el ir y venir de tantos vecinos sin invitación envia al desastre la siembra del jardín, que Dawda procura tener bien ordenado. Dawda, molesto, me enseña una planta casi arrancada y medio estropeada. Y me comenta: «conviene que el jardín esté cerrado ya que hace funciones de huerto. Conozco el padre de la muchacha que ha dañado, quizás involuntariamente, la planta. Y lo siento haberle explicar la travesura ». Dawda también planta verdura de temporada (cebollas, tomates, lechuga ...); maíz; calabazas; sandías; boniatos; papayas ... Y plantas medicinales, de las que sólo sabe el nombre en serehule y, como mucho, en mandinga. La caseta y el huerto son delimitados por un muro, en cuya cima unos lagartos, más apuestos que los nuestros, hacen flexiones ahora sí, ahora también.
Dawda siempre està ajetreado, sabe hacer un poco de todo y suele ser eficiente, incluso cocinando comidas locales. Con catorce años y montado en una bicicleta, recorría la comarca y los pueblos fronterizos de Senegal, que están cerca, vendiendo ropa. Más tarde no dejó escapar la posibilidad, que una familia le brindó, de hacer una estancia en París. Y de Francia dio el salto a Cataluña, donde pasó nueve años haciendo de peón de albañil, primero, y de paleta, después, en Premià de Dalt. Además es castizo y un buen conversador. Tanto es así, que cuando paseamos junto a los cultivos de las afueras de Baja Kunda, a menudo intercambia breves comentarios con las campesinas que hay faenando a 200 metros de distancia. A propósito del campesinado, me habla de la explotación flagrante de la mujer en esta parte de Gambia. Muchas de ellas son madres jovencísimas que, a veces, labran con la criatura de meses a la espalda de sol a sol. Le sugiero romper el silencio cómplice, que perpetúa dicho abuso laboral, con un artículo como el que ahora escribo. Dawda manifiesta que prefiere no hacer nada. No se ve capaz? Prefiere no arriesgar? Le faltan recursos? Quiere y duele. La de Dawda también es África que necesita crear fortalezas: ámbitos de empoderamiento.
El grito que quita el sueño de las orejas a n'en Dawda es el del muecín. Frisa por ser puntual a la oración. Cuando ve venir que hará tarde en la mezquita, se organiza para hacer las oraciones en el porche que hay en la entrada de la caseta.
Una mañana del sábado hicimos pedalear, con en Dawda, por parajes con árboles espléndidos, entre ellos baobabs. La sombra que hacen son la metáfora de una África acogedora, instensa, generosa, penetrando, risueña ...
«Tomaré el bastón y abriré camino / allí junto al gran río», es un fragmento de un espiritual negra, que define con acierto el talante de en Dawda.
Quim G.